domingo, 6 de febrero de 2005

6 de febrero: a 5 años de la huelga de los “freaks”


Víctor García Zapata
Milenio Diario, 6 de febrero de 2005

De no haber sido porque este bendito 6 de febrero tuvo a bien registrarse en domingo y no en día laboral, seguro que los reportes viales estarían dando cuenta de algún bloqueo callejero que con el mosh, la pita, el gato Benítez y otros ex cegehacheros tras la estorbosa barricada, tendría como fin conmemorar el primer lustro de la entrada de la Policía Federal Preventiva a Ciudad Universitaria apresando a 997 huelguistas, dando así, golpe final a la huelga universitaria de 1999 – 2000.

Y es que, aunque bastantes son los que quieren borrar de sus memorias todo aquel episodio de 10 meses, lo cierto es que las imágenes de encapuchados armados, dignos “robocops” mejor conocidos como “pefepos”, entrando sigilosamente al auditoria Che Guevara cuando apenas amanecía el 6 de febrero del 2000, son tanto como impactantes por si mismas, pero también porque, la verdad sea dicha, sin caer en un análisis político, que seria tan interminable como la huelga misma , es indiscutible que el paro de la UNAM no solo resulto un momento sumamente álgido para la vida política nacional, si no que, y sobre todo, puede considerarse como uno de esos eventos de alcances generacionales que marcaron la vida de miles de jóvenes de la Ciudad de México y quizás de todo el país.

Si ubicamos el enfrentamiento epistolar que hace dos años sostuvieron públicamente el EZLN desde la selva lacandona y la ETA desde su clandestinidad en el País Vasco como un momento cumbre del surrealismo del principio de siglo que nos toco vivir, seguro que la Huelga de la UNAM ocupa el segundo lugar en el top ten de los eventos del postmodernismo “kitch” que rige nuestra vida cotidiana. Digámoslo por lo pronto así: Nada de lo que paso durante el movimiento estudiantil era lo que podría esperarse, o, ¿a caso el Mosh otrora vocalista del grupo de punk atoxxico, con todo y sus rastas de “punky reaggae party” tenía la esperanza de convertirse en símbolo mediático de la huelga que paralizó a la UNAM y al país?, ¿ Acaso los universitarios gueritos e intelectuales del PRD esperaban que después de ganar el Gobierno de la capital, y ser segunda fuerza en el congreso, perderían el control de una movilización de izquierda tan amplia como la huelga, a manos de un puñado de jóvenes ultras, zarrapastrosos y desconocidos en la sociedad y en el activismo estudiantil? ¿Acaso alguien se esperaba que la huelga durara casi 300 días?

¿Se esperaba alguien que de un día para otro, del 20 al 21 de abril, la UNAM, la universidad más antigua de América Latina, se convirtiera en una gigantesca comuna donde los hippies comeflores compartían cuarto, que fue en lo que se convirtieron los salones, con punks trasnochados y darks monocromáticos,? En fin, como lo mismo paristas aceptaron “nadie nace, ni se prepara para hacer huelgas” de tal forma que pareciera que ni ellos mismos esperaban tener que hacerse cargo por un lado, del mantenimiento de las instalaciones universitarias, y por otro, del suceso que dio nota a todos los noticiarios de radio y televisión durante 10 meses.

Independientemente del análisis socioeconómico que pueda hacerse sobre los participantes en el movimiento estudiantil, lo cierto es que la vida cotidiana al interior de Ciudad Universitaria y de las prepas, colegios y escuelas periféricas, expresò la posibilidad de muchos de tener lo que poco habían tenido: la posibilidad de desafiar al poder haciendo lo que se quisiera, dando válvula de escape a su creatividad y en general: siendo como cada quien decidiera ser. Asíí pues, hacerse cargo ni más ni más ni menos que de la UNAM, representó la oportunidad de hacerse cargo de cocinar, de decorar, de decidir si se quería dormir en un cuarto hacinado o en pareja, y, entre otras cosas, de procrear a los ahora marcados por el estigma de ser “hijos de la huelga”.

Difícil será encontrar en la historia contemporánea otro momento donde tal cantidad de jóvenes hayan podido convivir como durante esos 10 largos meses lo hicieron quienes ahí dentro forjaron mas complicidad de la que puede imaginarse en oficinas gubernamentales. Después de todo había que brigadear en transporte publico, discutir en las asambleas, y, además, mantener la creatividad a flor de piel para tratar de evitar las tensiones propias de la dimensión política del movimiento: shows de striptease en gira por las facultades, talleres de acrobacia y malabares, torneos de futbol, y clases de manejo en los miticos vochos de auxilio UNAM, entre otras actividades que aligeraban la carga de estar siendo mirados por todos los medios de comunicación.

Se trató de la emergencia de un sector de la juventud que por un lado miró a su privilegio de llegar a la universidad como el tope de sus aspiraciones en la escala social y por otro, que nunca, hasta ese momento habían tenido ningún tipo de protagonismo en la sociedad y muchos ni siquiera en sus familias, no por nada la huelga fue definida en algún momento como el movimiento de los “freaks”, no por nada dijo Saúl, estudiante de Diseño Grafico de la ENAP que “El CGH te ponía en situación de trascendencia para ti mismo, primero, y para el movimiento después”.

Marchas en periférico con inédita cobertura mediática, diálogos entre rectoría y CGH en el palacio de Minería, enfrentamientos con la policías, propuestas de maestros eméritos, renuncia de un rector, amenazas de transnacionales, pintas de murales, consultas y plebiscitos, visitas del CGH al sup. Marcos, se sucedieron día a día, en un movimiento que para bien, o para mal pecó de irreverente, se olvidó de los modales y de lo políticamente correcto, y se alejó de la izquierda tradicional, y hasta de los intelectuales considerados ajonjolíes de todos los moles. Celebre en este rubro, resultaron los arrepentimientos públicos de Monsivais y Poniatowska después de que comprobaron que el plebiscito universitario era, como lo señalaban los nada ilustrados parístas, la antesala del desalojo de hace 5 años.

Hoy, poco es lo que se sabe de los lideres: el Diablo Pacheco continua en el infierno de rojillo y comunista, el Higinio Muñoz carga, en el seno del movimiento social, con la misma ecuanimidad que provocó que los ultras lo tacharan de moderado y los moderados de ultra, y el Mosh, que en su momento fue encumbrado por los medios de comunicación que necesitaban carne de cañón, hoy es utilizado por los mismos medios, como anti – midas, para descalificar cualquier movimiento donde osa pararse, como, por ejemplo, el de los ejidatarios de San Salvador Atenco o el del frente cívico de Teotihuacan. Mucho menos se sabe de los que nunca figuraron pero que mantuvieron la huelga en las entrañas del movimiento, si acaso, está claro que para muchos, la huelga qedó instalada además de en el ring de la eterna discusión entre sí se ganó o se perdió, en la memoria de muchos jóvenes que tuvieron ahí una experiencia formativa inédita y quizás, irrepetible.