lunes, 27 de julio de 2009

Wilco y Son Volt: de la nada al culto.


Víctor García Zapata

Milenio Diario.
26/07/09

Seguro que cuando Jay Farrar y Jef Tweedy desencadenaron el movimiento “No depressión” en 1990, no imaginaron ni que este tuviera justificantes económico -sociales propicios para su desarrollo veinte años después, ni que ellos, cada uno por su lado, serian vistos como sus indiscutibles forjadores. Hoy, ambos fundamentan su vigencia en sendos álbums recién editados, el primero con Son Volt y el segundo a nombre de Wilco.

Su escepticismo estaría justificado. Cuando adolescentes ninguna trayectoria de vida a su alrededor había sido exitosa, la crisis de las reaganomic estaba en su apogeo, los videojuegos alienaban a quien se dejara obnubilar por packman, y el escándalo Irán – Contras (Trafico de armas ilegal promovido por la Casa Blanca) hacia decaer la moral de los bajos mundos estadounidense a tres pisos del subsuelo en el que de por sí se encontraba.

En un principio su rebelión no generó mucho impacto mediático, fue opacada por la que en Seattle por razones muy parecidas desencadenaron los marginados del “grunge”: Nirvana, Pearl Jam y compañía. Pero cada movimiento tiene sus características y sus tiempos: Los de Seattle llevaban el smog de la ciudad a flor de piel, con antecedentes penales casi todos y revolucionaron con la furia como esencia. Tweedy y Farrar crecieron en las praderas, la tranquilidad rural se les percibe por los poros, nunca anduvieron hacia la auto destrucción y han sobrevivido hasta hoy para reclamar su relevancia como canal de expresión musical.

Se conocieron en Belleville, Illinois, dieron vida al combo “Uncle Tupelo” y a finales de los 80 atinaron en lo musical y el contenido para generar un discurso capaz de permear a más de un puberto confundido. Retomaron el ánimo y el concepto “No depresión” que los Carter Family popularizaron en plena debacle económica post 1929 y cual “my generation” de The Who sentenciaron: “Voy a donde no haya depresión, a una mejor tierra, dejo este mundo de problemas, mi casa está en el cielo, hacia allá voy”. Todo dicho con una tremenda audacia para romper campiranos ritmos tipo The Byrds o Johny Cash con guitarrazos distorsionados onda el Television de Tom Verlaine. De manera inmediata reactivaron el concepto Alt-country que por esas fechas también replicaron The Jayhawks, y Whiskeytown con todo y Ryan Adams y la tradición de la “americana” de Parsons, y Willie Nelson, entre otros. s En 1994 partieron a Tupelo en dos y ampliaron aun más las opciones musicales de los escuchas, de los gritadores y de los tocadores.

Desde entonces – mediados de los 90- para acá no han dejado de crecer las colectividades “No depressión” pasando ya de ser un movimiento emergente a constituir una comunidad consolidada. Con tan solo un pequeño zambullido en www.nodepression.com es fácil notar tanto la importancia de Farrar y Tweedy como la inmensa música que a diario se produce con base en atmósferas rurales, violines, guitarras acústicas, lamentos tan angustiantes como esperanzadores, todo a nivel de pasto, cantos de raíces. Y no solo, también por ahí se encuentran las cotidianidades que sustentan la comunidad: Seguro de salud para los músicos independientes, encuentros campiranos para escuchar y discutir sobre los contenidos y contextos de la americana y el country alternativo, entre otros modelos de subsistencia de una comunidad que no quiere sucumbir ante las modas.

Los caminos de cada uno evidenciaron las diferencias: Tweddy con Wilco incorporó el metal y el progresivo a los componentes camp(unk)iranos. Se han vueltos celebres en el “indy”, cabezas de cartel en Lollapalooza y Coachella, poco hablan de política, pero mucho bordean la complejidades del andar de viaje y en la calle, las complejidades del rock and roll.

Quizás la joya mas representativa de los Wilco sean los Mermaid Avenue I y II, en los que musicalizan la letras del Woody Guthrie, el legendario trovador y vagabundo de los años 20, que su hija tuvo a bien encontrar en alguna gaveta y compartir con Tweedy. Con la participación del punk – trovero ingles Billy Bragg y la ex 10,000 maniacs, Natalie Merchant, Mermaid es ya un disco clásico del cancionero americano de donde emergió el rolon “Califonia Stars”: Tremendo sermón acústico para la redención y cicatrización de viajes, mal viajes y otros tormentos: “Me gusta soñar que mis problemas se van, en una cama de estrellas californianas, saltar de mis preocupaciones, crear un nuevo día, bajo las estrellas californianas, que cuelgan como uvas en viñeras que brillan y calientan a los amantes como vino amigable, bajo estrellas californianas…”

Por su lado Farrar eligió, con Son Volt, caminos menos arriesgados, más arraigados, menos comerciales, más de culto. Alt country maduro, más político, mas romántico y directo, menos adornado, poco poético, menos retador, más terapéutico. Ciertamente han logrado menos impacto mediático pero han conseguido tal compenetración con las comunidades laterales a los “higways” que nada le piden a la Banda Bostik en Pantitlan.

Las reseñas a los nuevos discos, resultan como pasa con casi todos los discos en nuestros días, sumamente contradictorias: algunas tachan a “The álbum” (Wilco) de ser el disco más flojo de la carrera de un grupo ya grande dentro de la historia del Indie, para otras es el perfecto equilibrio entre el alt country y el pop. Lo mismo pasa con “American Central dust” (Son Volt) que va del “aburrimiento” al brillante regreso de un grupo tradicional que con su disco anterior (The search) intentó fallidamente trascender al collegue rock alternativo. Wilco alardea con el desparpajo del consagrado y hace abundar las ironías. Farrar se confirma como un “trascendentalista” a la Whitman, que no puede dejar de confesarse como el solitario que ve el mundo girar con eterna nostalgia, así lo expresa su primer sencillo y potencial clásico “Down to the wire”.

Hoy, mientras ambos andan de gira, uno en teatros de abolengo de Europa y otro en praderas de las provincias norteamericanas, la comunidad “No depressión” sigue fortaleciendose, dando cabida a nuevos ídolos, (Drive by truckers, por ejemplo) y manteniendo a Twedy y Farrar como los héroes mas allá del bien y del mal, en medio de un país que aun requiere de formulas para afrontar los impactos económicos y morales de su debacle múltiple.