martes, 15 de junio de 2010

La tarde del 15: Revisitando el Mundo Interior




Víctor García Zapata

Casi como obligación y con toda disciplina fuí ayer a Mix Up de Plaza Coyoacan a comprar la re edición del “The world inside” de Human Drama. Nada sorprendente la adquisición, pero necesaria ahora la re consideración que el álbum merece.

Confirmo, ahora que lo vuelvo a escuchar, no solo que es mi disco preferido de Jonhy Indovina, solo el “Live in Troubadour” le disputaría, si no uno de los pocos infaltables en sea cual sea la etapa ó el momento. De esos discos que abren puertas y dicen cosas que ya estaban pero solamente implícitas.

Lo escuché por primera vez en julio de por 1997. Al día siguiente de que la presentación de Human Drama en el Museo del Chopo me revelara una nueva ruta de afición. El concierto fue alucinante, emotivo y encendido, en una idílica atmosfera repleta de darkys y post punkys. Cuando escuché el disco me decepcionó ligeramente. Mucho más apagado, apto para la sala. Poco a poco lo fui entendiendo y hoy lo vuelvo a redescubrir. Ahora, por ejemplo, los ratos minimalistas me suenan mucho más profundos y conmovedores que antes cuando solía valorar sobre todo lo rockero y ruidoso.

Algunos de los arreglos de cuerdas y flauta me suenan ahora extras. Me queda claro, sin embargo, que Indovina los implementó para propiciar un ambiente mucho más apacible e introspectivo, contrastante con el guitarrerisimo “Feel” (1989) con el que se presentó a la escena subterránea de Los Ángeles. Grabado en 1991, "The World inside" transpira genuinidad, evidencia un espectro de influencias que va de Leornard Cohen a Christian Death pasando por la inspiración directa: el disco “Berlin” de Lou Reed. Por eso los ratos preciosistas, acogedores, por eso, también, los menos pero presentes ratos sórdidos y retadores.

En el librillo Indovina lo reconoce como un disco introspectivo. No hacía falta. El nombre del álbum lo indica. Sus característicos susurros lo confirman, las atmosferas lo mismo post punks que folks que gothic rock lo ambientan, las letras lo llevan al extremo. Y desde el principio lo anuncia: las contradicciones propias terminan por obstaculizar más que cualquier escollo del entorno:

“¿Te acuerdas de las lecciones que has aprendido?/ ¿Te das cuenta de lo que los años y las lágrimas han significado/ El amor es el océano/ Lleno de miedo saltas en él/ Te aferras la vida tratando de escapar/ Eres tu enemigo/ estás en guerra”, dice en la primera que se llama como el disco.

A partir de ahí todo fluye. El álbum se escucha completo sin cuestas arriba. No es colección de canciones. Cada pieza tiene coherencia con respecto a las otras. Hay grises esporádicos, angustias intermitentes y esplendores casi permanentes. Tranquilizante más que otra cosa.

Lo escucho como un disco luminoso, el menos oscuro y/o rockero de los suyos. Lo concibió Indovina como la máxima expresión de lo que suele ser él mismo: capaz de alumbrar terrenos internos normalmente poco visibles. Quizás esa es su transgresión: Desnudarse hasta los huesos para revelar sensaciones y estados emocionales supuestamente reservado para el inconsciente.

El dolor de la adultez (My skin); la horrible sensación de mirarse al espejo y no reconocerse (Look into strangers eyes);la fascinación por la gente chocando con el miedo a la convivencia (Fascination and fear); la calidez que el nacimiento de un bebe le da al normalmente depresivo invierno (Winters life); la felicidad por encontrar el amor que termina la espera (Million years; el cansancio de una vida con pocas certezas (Fading away); la desesperante guardia de cuando el amor nomas no aparece: “Sentí las llamas hasta que me volví inmune/ desilusionado por el amor/ destino ineludible/ se que viene/ estoy esperando/ escucho el sonido de la lluvia” (The sound of the rain). Son algunas de las confesiones desgranadas.

Con el tiempo casi todas las anteriores parecen acompañantes de las dos que han trascendido:

A “Tears” Indovina la describió como: “La inseguridad que domina el amor. El miedo a ser olvidado, a todo lo que la distancia física puede cambiar incluso cuando se ama”, y en los conciertos puede ser que no haya estrofa más estruendosa que:

“Hay una pinta en la pared/ lo sé porque yo la escribí/ Dice: "está bien soñar/ está bien prometer/ pero no prometas lo que sueñas"/ a nuestras lagrimas no hay manera de secarlas”.

A “This Tangled web” la califica como “perfecta”. La describe como “el cúmulo de confusiones sobre la vida cuando se debería dejar ir a alguien aunque aun se ame”:

“Por el amor que ha sido mi escudo a la vez que mi terror/ destino y causa de vivir hoy y de querer morir mañana/ la razón de pasar la vida entera persiguiendo el desfallecimiento/ no puedes envolver los brazos alrededor del viento/pues dentro se encuentran las razones de esta enmarañada red que tejemos”.

Ni más ni menos. Exploraciones y revisiones internas que bien podrían acompañar a Rolan Barthes en su construcción de los “sistemas de significados” del discurso amoroso.

En fin, una tarde, la del 15 de junio de 2010, dedicada a escuchar un disco que conforme fui introyectando me fue abriendo horizontes musicales y reflexivos. Un disco que no creo exento de clichés, pero cuyas muchas aseveraciones no dejan de encajar en realidades y sensaciones personales. Por ello ha acompañado y seguro que acompañará, aunque por largos tiempos no lo escuche. El mundo interior permanece.

15 de junio 2010.

Notas:
1) Las referencias de Indovina las tomé de su libro: “My bag of secrets”.
2) El libro de Roland Barthes al que me refiero en el penúltimo párrafo es: “Fragmentos de un discurso amoroso” Editado por Siglo XXI.